jueves, 27 de diciembre de 2012

La Dignidad


Mayo del 2002

LA DIGNIDAD.
 

En nuestros tiempos filósofos y escritores afirman con frecuencia la igualdad de los seres humanos.  Esta aseveración resulta muy atractiva para muchos porque intenta borrar comparaciones enojosas entre personas en beneficio de los menos dotados quienes resienten el resultado de la comparación como una injusticia humillante que despierta en ellos un estado emocional a veces insoportable y que es  producto, afirman, de una actitud dolosa de parte del que juzga. Lamentablemente, la reflexión muestra en ocasiones que el juicio fue objetivo y no existe tal injusticia y la realidad. En tales casos no queda para el perdedor sino aceptar humildemente el resultado y luchar por remediar la causa de la inferioridad. Otras veces predomina el amor propio y  la soberbia se yergue arrogante cuestionando la honestidad del juez que, asegura, se dejó llevar por prejuicios y no tomó en cuenta argumentos manifiestamente en su favor. Es claro que en estos casos cualquier afirmación universal sobre la igualdad de los seres humanos es bienvenida y respaldada acaloradamente. Si hacemos uso, sin embargo, de esa capacidad humana de reflexionar sobre nosotros mismos, llegaremos indefectiblemente a la conclusión de que no hay dos seres iguales. Siempre habrá diferencias que nos aseguran que somos UNICOS E IRREPETIBLES, aunque siempre reconociendo la existencia de parecidos o semejanzas entre  personas. Es indudablemente cierto que los rasgos faciales podrían asemejarse hasta cierto punto, pero también es verdad que estas características de  igualdad tienen un límite y que, a fin de cuentas, somos únicos e irrepetibles, como se dijo anteriormente. 

Es necesario reconocer también que las comparaciones descritas con anterioridad no son necesariamente las únicas que se toman en cuenta al valorar a una persona y que siempre existen compensaciones: alguien  o algo podrá carecer, es cierto, de alguna cualidad en grado destacado pero también es cierto  que puede sobrepasar en alta medida al comparado en otra característica o virtud.  Además,  debe señalarse que no se trata de valorar a la persona en sí,  sino de evaluar su grado de adecuación para realizar una función.  Así se dice que “tal persona es  poco o muy valiosa para “realizar tal función o para tal propósito”. Aquí entra en juego lo que decíamos antes respecto a los valores: algún ser u objeto podrá adecuarse en alto grado a  una demanda o necesidad en tanto que, en otro caso, no se ajusta como deseáramos que lo fuera. Esta adecuación, cuando se trata de personas se llama DIGNIDAD. La “DIGNIDAD” de una persona es la medida de su capacidad para llenar una o varias funciones específicas. La dignidad de un gobernante expresa que posee las cualidades que lo capacitan para gobernar y que cada función que demanda el puesto será satisfecha en grado de excelencia con la capacidad o habilidad del funcionario para cumplirla. Esa capacidad constituye su DIGNIDAD. Se dice por tanto, que un gobernante es indigno de su puesto  cuanto no posee las virtudes para cumplir las obligaciones que su  empleo demanda o que sus vicios lo hacen incapaz de cumplirlas. Se califica a una persona como “DIGNA de encomio” cuando sus virtudes le permiten con creces, realizar lo que se espera de ella.   También se dice que una persona es “DIGNA de tal puesto” cuando su valor lo indica para tal empleo o bien que “tal puesto, empleo o cargo es de tal manera importante que le confiere “GRAN DIGNIDAD” a la persona que capazmente lo ocupa. En ese caso se da al que lo ocupa el calificativo de DIGNATARIO.
 
RMM