REFLEXIONES SOBRE EL DISFRAZ
El disfraz es notable. Como todo ser humano, posee una
innata tendencia a disfrazarse. Desde la temprana niñez los infantes quieren
representar algo que no son. Una de las grandes industrias entre nosotros es la
hechura y venta de toda clase de disfraces. Las niñas saben perfectamente que
por su edad y su tamaño no pueden razonablemente creerse adolescentes, pero
pese a esta convicción, hacen lo único que es posible hacer, disfrazarse de
“Blancanieves” de “la Bella” o de algún otro personaje atractivo de los cuentos
infantiles. Los niños, por su lado, quisieran ser alguno de los héroes que
aparecen en las caricaturas o en la pantalla televisiva. Se venden para ello
trajes de “El Zorro” con todo y sus obligados accesorios: la espada, el antifaz
y el látigo y por supuesto, un sombrero cordobés. Si les atrae la figura del
“Enmascarado de Plata”, hacen que sus padres les compren el atuendo
correspondiente en el mercado, en donde seguramente encontraran los utensilios
indispensables para sentir que recorren su barrio deshaciendo entuertos y
buscando el “bien” de aquellos miserables olvidados del destino o también
castigando sin piedad a cualquier malhechor que aparezca ante su vista.
Pero
no se crea que este fenómeno sea solo atributo de la corta edad. Todos los
adultos también nos disfrazamos. Las señoritas en edad de merecer, para
anunciar lo apetitoso de su figura y los hombres para mostrar su hombría, su
distinción y sobre todo, su unicidad. Nunca en la historia se había visto el
espectáculo ahora de moda entre jóvenes de ambos sexos: el vestirse como
mendigos con ropa que en otros tiempos, sería difícil de persuadir que aparecieran
en público los mismos pordioseros.
Todos
queremos aparentar lo que no somos. Santa Teresa decía con una simple frase lo
que significa ser humilde y definía esta
virtud señalando que “La Humildad es la verdad”. En otras palabras “Decir y
aparentar lo que verdaderamente somos, sin disfraces.
Roberto Maass E.