sábado, 26 de mayo de 2012

El espejo


EL ESPEJO

 PRIMERA PARTE


Roberto Maass Escoto


               Para cualquier persona, el uso de un espejo es un acontecimiento cotidiano. ¿Qué mujer se atreve a salir a la calle sin echar una última ojeada a ese espejo que todo hogar posee en la alcoba o en su cuarto de baño, por humilde que éstos sean, y aun cuando su casa se redujera a un sólo “aposento familiar”?

 Verse y contemplarse a sí mismo, únicamente pudo hacerlo el hombre primitivo reflejando su cara en el agua quieta, pero debemos reconocer las limitaciones prácticas del sistema para uso doméstico, Además, si el agua no es quieta entonces la imagen se deforma, lo cual, en la vida práctica, hace aún más inconveniente el método.

 Tampoco se debe olvidar que el ansia de guardar imágenes no solo de nosotros mismos sino también de los espectáculos que se desarrollan fugazmente ante nuestros ojos, nació con la especie humana. En las cuevas de Altamira, al norte de España y en otros muchos lugares, se guarda evidencia de la manera con la que esa inclinación nata de nuestra especie se manifestaba miles de años atrás,
 
No se crea, sin embargo que los espejos, como los conocemos ahora, son fruto del ingenio del hombre en los últimos siglos. En los museos pueden admirarse espejos hechos hace tres mil años. Los conocieron las mujeres egipcias, etruscas y latinas y estaban fabricados con láminas de metal pulido y abrillantado. No fue sino hasta el siglo XVIII que se descubrió la técnica del azogue de láminas de vidrio para la fabricación de espejos.

 Los usos de los espejos son infinitos. Esto es evidente para cualquiera, pero también es cierto que su empleo más común es para contemplarnos a nosotros mismos, aunque también en nuestra época, disponemos de otro recurso igualmente eficaz, si bien para muchos no tan accesible: la cámara fotográfica, en sus dos versiones: la que nos ofrece imágenes fijas y la de video que nos permite retratar personas y objetos en movimiento.

 Nunca en la historia de la humanidad, hasta hace aproximadamente cien años, fue posible que el hombre común de la calle disfrutara de la posesión de una cámara fotográfica personal y con ella,  obtener a su placer imágenes permanentes de los espectáculos que se ofrecían a sus ojos y, sobre todo, de aquello que ha sido siempre tan importante y deseado para cualquier humano: un retrato: de sí mismo y de sus seres queridos, imágenes que se paralizan en el tiempo y que puedan guardarse  para la posteridad.

 Hemos de reconocer que antes de la fotografía, solo era posible obtener imágenes  permanentes de lo que se veía pintándolas sobre tela u otro material, o  esculpiéndolas en mármol o en algo equivalente, lo que constituía la única manera de contemplar la efigie de alguien, más allá de la muerte, privilegio del que gozaban solo gentes bien acomodadas económicamente.

No fue, sin embargo, sino en la primera mitad del siglo XX en que alcanzaron madurez y popularidad tanto la fotografía doméstica como la cinematográfica no profesional, ahora como artículos hogareños, permitiendo así coleccionar permanentemente imágenes de cualquier evento personal o social, tal como los rostros y las escenas de la vida familiar y así disponer de registros visuales que mostraran cómo iban evolucionando a través de los años nuestra casa y sus habitantes.

Ahora, volviendo a los espejos, recordemos que además de los planos, existen algunos que deforman la imagen del que se ve en ellos. Esto acontece cuando  en algún lugar de su superficie tenga una convexidad o alguna depresión: en tales casos nos veríamos en él  exageradamente gordos o nos contemplaríamos increíblemente delgados. No podríamos reconocernos. Pero cualquiera sabe que eso no debe ser motivo de inquietud, porque el cambio solo afecta a la imagen. El original permanecerá intacto, tal como es. Sería solamente causa de risa, para todos los que lo vean. Todos sabemos que una cosa son las imágenes u otra la realidad de lo que reflejan. Por tanto, si hemos de aceptar a Tomás de Aquino, cuando nos asegura que la verdad es la adecuación de una imagen con la realidad que representa, solo la imagen obtenida en un espejo plano, podría ser calificada como verdadera en forma y apariencia. Ninguna mujer utilizaría para su arreglo personal un espejo deforme, solo tendría fe en uno plano.

La difusión de la fotografía y de la imaginería digital, no han hecho perder ni un ápice  la popularidad al espejo personal. A través de los años, aún persiste en el ser humano el goce de verse tal como sus semejantes lo ven, no solo en la quietud y el reposo, sino también en sus momentos de actividad y dinamismo, como podemos ahora hacer mediante el empleo de una cámara de video.

Podríamos preguntarnos, ¿Qué pasaría si con la ayuda de una de estas pequeñas cámaras digitales grabáramos subrepticiamente la conducta de alguien, en el momento de realizar sus cotidianas actividades, como podría ser, pongamos por caso, cuando conversa con sus amigos, o cuando se encuentra muy enojado en contra de alguien, o exaltándose emocionalmente al recibir una noticia agradable. O tal vez en sus momentos de desilusión o depresión o, en general, en aquellas situaciones en los que se ponen de manifiesto espontáneamente su carácter, sus costumbres, su personalidad, su temperamento, etc.?

 Y, ¿Qué pasaría si al día siguiente mostráramos esas grabaciones a la persona así retratada?, ¿Qué reacciones podríamos esperar que se suscitaran en ella?, ¿Cuál sería su respuesta? Ante todo, veríamos sorpresa, porque la oportunidad de verse a uno mismo tal como “otros” nos ven en situaciones parecidas, no se ofrece con frecuencia a un ser humano. Por otro lado, es posible la reacción pudiera ser de enojo, porque de manera oculta y sin contar con una autorización previa, ha visto invadida su privacidad. O bien, ¿no podría ser que se sintiera “avergonzado” de sí mismo? Es muy posible que así sea, porque los humanos tenemos la tendencia a ocultar ante nosotros mismos nuestras miserias y es natural que si éstas son exhibidas, la reacción no se hace esperar: nos da “vergüenza”

Ahora, si por el contrario, la grabación hubiera sido realizada con su consentimiento, ¿No se perdería acaso el elemento de la “espontaneidad”?. También es probable que, si se le avisara poco antes de la grabación, su reacción natural hubiera sido la de “arreglar” su aspecto y su actitud, así como vigilar cuidadosamente su conducta,  para causar una buena impresión en el público que llegara a ver el video. Eso es lo que llamamos “cuidar nuestra imagen”

     Bueno, ahora escapémonos por un momento de nuestras realidades, penosas o no, y pensemos lo interesante que sería disponer de un espejo mágico como el de la madrastra de Blancanieves, al que se le podían hacer preguntas tan intrincadas y difíciles de responder como la de su dueña, al pedirle que declarara cual era la mujer más bella del mundo y esperar que hiciera una encuesta instantánea al respecto. ¡Cómo! ¿Había solamente dos contendientes para el título, ignorando a otras candidaturas posiblemente más hermosas e inteligentes? Recordemos que  la belleza corporal es siempre tan importante como la belleza interior, y en ocasiones, ante una mujer verdaderamente virtuosa, palidecen todas las cualidades estéticas.

Por otro lado, disponiendo de todos esos instrumentos tan familiares como son los espejos, mágicos o no, ¿No servirían solo al único propósito de contestar a todos los humanos y, sobre todo, a las humanas, la eterna pregunta: ¿Cómo me ven los demás? 

A fin de cuentas, el video que nos entregara la cámara digital, ¿No nos daría, al igual que el humilde espejito de tocador la misma respuesta que buscamos? Y ese “espejo electrónico” que es la cámara de video, no nos permitiría además, hacer un juicio detallado sobre nuestro comportamiento dándonos la respuestas a preguntas tales como, ¿De qué modo nos conducirnos en la vía pública?, ¿Qué imagen damos cuando caminamos?  La respuesta no podría ser más pormenorizada:   ¿Cómo me queda este traje?, y ¿esta corbata?, o bien ¿Tengo yo “buen gusto” en mi arreglo personal?, ¿Me conservo acaso tan bien parecido o parecida como cuando era joven?, ¿Son demasiado visibles mis defectos faciales?,   ¿Cuál es el espectáculo que doy cuando estoy comiendo?, ¿Y cuándo me enojo? Así, es seguro que podríamos hacer más y más preguntas de todo género al “video-espejo”.   

Ahora, siendo al mismo tiempo juez y parte, ¿tendríamos la humildad de reconocer el veredicto cuando la evidencia nos resultara desfavorable?, y si así fuera, ¿Cuál sería mi respuesta? En general se presentan dos alternativas. Una es reconocer honesta y humildemente nuestra realidad y buscar una solución inteligente al problema, Pero también puede uno reaccionar emocionalmente y negarnos a admitir esa realidad por el dolor que nos causa y evadirnos, desplazándonos mentalmente de la situación y negándonos a reconocer el resultado del juicio del que fuimos objeto. En este caso podrían esgrimirse argumentos tales como, por ejemplo, “¡Maldito espejo, cómo deforma todo lo que refleja”,  o tal vez,| como  este otro: “¡Es evidente que este espejo siempre me hace verme desde un ángulo inadecuado!”.
 
Continuará