martes, 27 de marzo de 2012

Las costumbres o hábitos


LAS COSTUMBRES O HÁBITOS



Pocas cosas nos son más familiares que las costumbres o hábitos. Todos tenemos costumbres y muchas. Algunas buenas, otras, malas. Las que consideramos que son buenas, nos gustaría adoptarlas si es que no las hemos adquirido, pero cuando las poseemos, nos gozamos en ellas, las cultivamos y las practicamos.

Si reflexionamos acerca de este fenómeno, tan conocido y tan natural en el ser humano, reconoceremos que hay costumbres para casi todo. Al analizar nuestra conducta desde que despertamos hasta que nos vence el sueño, nos sorprenderá de la enorme cantidad de hábitos que van incorporadas en el ejercicio de nuestras actividades cotidianas.

Existen costumbres pequeñas y grandes, de todos tamaños. Desde
insignificantes, como atar el nudo de la corbata con cierto^ estilo hasta el há
bito de
visitar al dentista una vez cada seis meses.                       


Además, todos confeccionamos nuestras costumbres como mejor nos parece, "a nuestro modo", Por ejemplo, el como se lava uno las manos puede adoptar mil formas, pero cada quien se las lava a su manera.

Una vez adoptada una costumbre, la misma práctica nos va enseñando como modificarla y mejorarla para hacerla mas eficiente, para llegar a su objetivo con más rapidez.

A veces estamos persuadidos de que ya sabemos todo lo que hay que saber sobre las costumbres, pero el hecho es que, al estar tan familiarizados con ellas, ya no percibimos las ventajas que nos aporta el practicarlas y conocerlas más de cerca.

Las costumbres nos dejan tiempo libre para pensar, para dejar transcurrir la imaginación libremente. Al que no le guste meditar, le ahorran la molestia de tener que discurrir la manera de como hacer algo cada vez que lo intenta. Cuando adquiere la costumbre las cosas le salen solas, aunque bajo su vigilancia.

La utilidad de las costumbres, en la práctica, consiste en que son la forma natural de automatizar nuestros procesos mentales y simplificar nuestras actividades. Para entender esto tenemos que referirnos esa otra facultad tan importante que es "la atención". Cuando queremos actuar inteligentemente, sabemos que tenemos que "poner toda nuestra atención en lo que estamos haciendo o pensando". Estar "distraído" es lo contrario a poner la atención sobre algo. Significa "estar enfocando nuestra atención en otra cosa". Frecuentemente exigimos a nuestros interlocutores, sobre todo si son niños, que no se distraigan, "que se fijen y pongan atención en lo que les estamos diciendo".

Poner nuestra atención en algo, significa descartar por el momento cualquier otra cosa en la que nuestra mente pudiera estar ocupada y enfocarnos a pensar, sentir o a hacer una sola cosa en particular. Pero insisto, en solo una.

Enfocar nuestra atención sobre algo, constituye un acto de nuestra voluntad, pero no podemos al mismo tiempo poner nuestra atención, aunque queramos, en dos o más objetos, pensamientos o acciones, esto es, simultáneamente. No faltará quien asegure que él sí puede hacerlo, pero se equivoca. Lo que podría hacer en todo caso, sería alternar el objeto de su atención momentáneamente y fijarla en un primer plano, para luego pasar al segundo también por un breve intervalo; un momento después, regresar al primero y así sucesivamente. En otras palabras, se trata de oscilar alternativamente de una cosa a otra con gran rapidez, que es lo más a lo que se puede llegar. La atención nunca podrá dividirse, porque eso es opuesto a nuestra naturaleza, somos "unipersonales".1

Así ocurre exactamente con todos los seres humanos. Cuando nos vemos abrumados por querer atender varias tareas al mismo tiempo, por ejemplo, tal vez contestar a dos personas o llamadas telefónicas que al mismo tiempo solicitan nuestra atención, en cuyo caso pedimos a los solicitantes "paciencia" y se oyen expresiones como éstas: "Calma, vamos por partes" o bien, "Solo puedo atender a un cliente a la vez, suplico que me espere usted", o simplemente "un momento, por favor" como pasa cuando se trata de una telefonista con varias líneas a su cargo. Sería imposible ponerle un audífono en cada oído y que atendiera y respondiera a ambos mensajes simultáneamente. La solución práctica pero costosa sería, obviamente, disponer de dos telefonistas. Por eso son tan populares las terminales "inteligentes", que procesan ellas mismas su propia información, tal como las computadoras personales, que no dependen una de la otra, al ser autosuficientes.

El ser humano dispone de otra manera de resolver el problema de dar atención a las solicitudes simultáneas. Consiste en que, mientras ponemos nuestra atención en algo, otra acción es desarrolla por vía refleja, sin que tenga que desviarse la atención hacia ella, es decir, de manera automática. Esta es precisamente la manera como funcionan las "costumbres".

Para  "habituarnos"  o  "acostumbrarnos"  a   algo,   tenemos   que   realizar repetidamente una serie de actos en cadena, poniendo en ello toda nuestra atención.

Un problema análogo ocurría hace algunos años en el terreno cibernético, antes de la introducción de las computadoras personales. En esos tiempos, lo que pasaba era que se disponía solamente de procesadores de información grande, central y muy poderosa. En ellas, su programación y su rapidez de proceso les permitían resolver un problema muy parecido al descrito en el párrafo anterior: la necesidad de atender con su única sección de proceso a las demandas de atención de varios usuarios cuando simultáneamente la solicitaran. Tengo en la memoria el caso de una gran computadora que compró en algún momento una institución gubernamental, a la cual podían ser conectadas hasta quinientas terminales "esclavas". Estas terminales se llaman "esclavas" porque dependen de la computadora central para realizar el procesamiento de datos. No pudiendo ésta servir más de a una de ellas a la vez, los programadores recurrieron a la solución ya descrita, la que recurrían algunas personas ante el mismo desafío: repartir la atención de la máquina procesadora utilizando un sistema de prioridades, de acuerdo con la importancia de las funciones asignadas a cada terminal. Aquella que gozara de la mayor prioridad era atendida preferentemente, o sea, que se suspendía la atención a cualquier otra terminal que tuviera menor prioridad, para dedicaría a la que estaba por encima de ella en el orden prioritario. Como era tan alta su rapidez de procesamiento, los usuarios recibían la impresión de que el aparato central estaba dedicado exclusivamente a dar servicio a su terminal. Solamente en momentos de una gran actividad en la institución, podía percibirse que las respuestas sufrían algún retraso.

Al llegar al último acto de la serie, si nuestros planes fueron correctos, llegaremos al resultado deseado. Conforme repetimos de manera reiterada esa serie de actos, veremos que estos se van automatizando: ya no es necesario poner nuestra atención para recordar qué va primero y qué después.

Efectivamente, todos sabemos que, cuando estamos ya "acostumbrados a algo", ya no necesitamos poner toda nuestra atención sobre las acciones que estamos realizando, como lo hacíamos cuando apenas estábamos "'acostumbrándonos". Al estarlo, es como si las cosas se hicieran solas, sin nuestra vigilancia. Para llegar a ese punto es necesario, sin embargo, haber creado anticipadamente eso que llamamos "la costumbre" de hacerlo,

La facultad de poderse "acostumbrar a algo", constituye una bendición que rara vez nos detenemos a considerar. Si cada vez que deseáramos algo tuviéramos que realizar conscientemente todos lo pasos que nos llevan a obtenerlo, uno por uno, teniendo que seguir el mismo camino cada vez y poniendo toda nuestra atención en lo que estamos haciendo, muchas cosas que ahora lograrnos ejecutar a través de una costumbre, absorberían la mayor parte del tiempo de nuestra vida. Por ejemplo, imaginemos lo que pasaría al conducir un vehículo si no estuviéramos acostumbrados a hacerlo: tendríamos que poner toda nuestra atención en cambiar velocidades, en frenar, y decidir cada vez, el momento y la oportunidad de girar la dirección, etc.

Por lo dicho anteriormente, vemos que el estudio de todo lo relativo a las "costumbres" parece ser un tema muy prometedor si se profundiza en él. El tema no ha sido ni hemos pretendido agotarlo sino solamente introducir al lector en él. Quedan muchos puntos por tocar. Por lo pronto, reconozcamos que la educación de nuestros hijos consiste esencialmente en inducir en ellos buenas costumbres por un lado y por otro, erradicar las malas si queremos enseñarlos a "saber vivir".

Al tratar sobre las costumbres o hábitos, también deben considerarse sus aspectos morales y éticos. Todos aceptamos que hay costumbres "buenas" y costumbres "malas", pero cabría preguntarse: ¿es el carácter moral algo que pertenece a la esencia de cualquier costumbre?, ¿Podría aceptarse que haya costumbres "amorales"2?, ¿Qué es lo que hace buena o mala una costumbre? La respuesta a estas preguntas es muy importante, pues puede afectar nuestra decisión a borrarla o, por el contrario, a practicarla y perfeccionarla.

Lo "amoral" no necesariamente es "inmoral". Amoral es todo aquello que no admite ser calificado como bueno o como malo. Podríamos decir que es todo aquello que ni es bueno, ni es malo, que es moralmente "neutro", esto es, que no tiene que ver con el bien o con el mal, que hace buena o mala a la persona que lo posee o lo practica. No hay costumbres intrínsecamente buenas o mates. Lo que las hace moralmente discutibles es solamente el propósito que cumplen al ejecutarse. Caminar es amoral en si mismo, pero si caminamos hacia una persona para robarla, eso no afecta a te costumbre de caminar porque también se puede caminar para ayudar al prójimo. Es el hacerlo para robar lo que es malo y el hacerlo para ayudar lo que lo hace bueno.

Algunas costumbres tienen también que ver con la salud. Existen "insalubres" y "saludables". En ocasiones, al consultar a nuestro médico, éste nos aconseja adoptar o modificar algún hábito insalubre y a veces nos incita a adoptar una costumbre sana.

Existe una "patología" asociada a la manera de practicar las costumbres. Existen personas, sin embargo que se hacen esclavas de una costumbre. La convierten en una "manía"3

Convenzámonos que en casi todo lo que hacemos o actuamos involucra, al menos en parte, una o varias costumbres y siendo éstas una parte importante en la vida de todo ser humano. Al intentar profundizar en el análisis de ellas, lo hacemos para hacer más fluido su manejo y poder definir cómo podemos utilizar mejor este recurso que nos brinda nuestra estructura psicológica. Las buenas costumbres deben verse como un instrumento que hace más fácil la vida y la convivencia entre seres humanos. Las malas, por el contrario, nos estorban y nos hacen desear no haberlas adquirido. Nos perjudican, en ocasiones muy seriamente e incluso ocurren casos en los que nuestra supervivencia depende de que podamos erradicarlas.

Roberto Maass E.